En una ocasión tuve la oportunidad de conocer en Madrid al profesor Javier Fernández Aguado, especialista en management, y asistir a la presentación de unos de sus libros “Dirigir y motivar equipos. Claves para un buen gobierno” en el que se aplican las cuatro virtudes clásicas (Prudencia, Justicia, Fortaleza y Templanza) al gobierno de las organizaciones empresariales. En su contenido y en el de otro de sus libros “Habilidades directivas” he obtenido las ideas para escribiros una serie de post en los que aplico las conocidas virtudes clásicas al mundo de la inversión.
La Prudencia es una virtud importante en el mundo de los negocios y también de la inversión, principalmente en el estilo que nos ocupa, el estilo “value”, pues se hace necesario calibrar las decisiones a tomar por el inversor y que éste no se deje llevar por las modas que aparecen repetidamente en el mercado. Todos recordamos cuando, no hace mucho tiempo, era suficiente que una empresa añadiera a sus siglas un simple “.com” para que sus acciones subieran hasta niveles inimaginables. Recuerdo cuando invertí en alguna “punto com” americana cuyo negocio desconocía por completo, y recuerdo también las fáciles y cuantiosas plusvalías que conseguí con ella. Todo un chollo al principio, pero el final de la historia no fue tan feliz, más bien diría que desastroso, y supongo que todos intuiréis las grandes pérdidas que me ocasionó en aquel tiempo la falta de prudencia.
La prudencia es especialmente necesaria en periodos de incertidumbre como el actual, aunque si he de ser sincero, me cuesta encontrar momentos concretos en el mercado bursátil donde pensando en el corto y medio plazo no se hable se que existe un entorno con alta incertidumbre. Ya sea la inflación, el petróleo, las guerras, las becarias presidenciales, los atentados, las crisis crediticias … Ahora bien, si miramos empresas con negocios estables, predecibles y con ventajas competitivas, esa incertidumbre desaparece si nuestro horizonte de inversión es el largo plazo.
Pero la Prudencia no es solamente el análisis de la información financiera de las empresas y de sus estrategias, sino que exige también la capacidad de tomar decisiones de inversión, tanto de compra como de venta. Por lo tanto, y aunque parezca a priori lo contrario, es un comporyamiento prudente comprar cuando las empresas elegidas cotizan con el suficiente margen de seguridad (aunque estén bajando), digan lo que digan analistas, prensa económica, etc y también es prudente no dejarnos arrastrar por la avaricia y vender si pensamos que el precio de cotización del valor se encuentra cerca de nuestros objetivos.
Los enemigos de la prudencia son:
1) La precipitación, que no nos permite realizar un análisis racional de la empresa de forma correcta. Nos dejamos llevar por el pánico y vendemos nuestras acciones a precios a veces irrisorios, con grandes pérdidas para nuestra cartera y descubrir posteriormente, quizá con demasiada prontitud, cómo esas acciones que habíamos vendido recuperan rápidamente los niveles anteriores. Estas situaciones provocan en nosotros un sentimiento de ansiedad, desesperación, desasosiego. Qué decir también del pánico comprador cuando por miedo a perdernos futuras revaloraciones bursátiles provoca que nos lancemos a comprar de forma compulsiva.
2) La pasión: la avaricia, el ansia de ganancias rápidas, la especulación desmesurada hacen que nos dejemos llevar por nuestros sentimientos, cuando debería ser la razón el timón de nuestras decisiones. El inversor value puede y debe aprovechar las ineficiencias que se producen cuando son estos sentimientos los dueños del mercado.
3) La cabezonería en nuestra ideas: en demasiadas ocasiones tenemos una hipótesis sobre lo que va a suceder en el mercado en el futuro y nos empeñamos una y otra vez en que el mercado nos de la razón. El inversor value aunque convencido por completo de lo que está comprando, puede ser vulnerable precisamente por ello.
4) La vanidad: pretender entenderlo todo y querer dar respuesta a todas las preguntas nos lleva a salirnos de nuestro círculo de competencia y a invertir en el tipo de empresas cuyo modelo de negocio no entendemos o cuyos ingresos futuros no somos capaces de predecir con la suficiente garantía. Mantenernos en nuestro círculo de competencia es pues un elemento crítico para el éxito de nuestras inversiones. No nos pensemos genios de las finanzas, pues si así obramos, «el maligno» dará buena cuenta de nuestro dinero.
Invertir es más un arte que una ciencia y exige centrarse en los objetivos finales pero sin exigirse batir ningún benchmark. Personalmente no me marco un objetivo de rentabilidad anual al estilo del 10%, ¿para qué? ¿acaso si consigo ya un 10% a mediados de año voy a vender y me voy a refugiar en renta fija? o acaso ¿ asumiré una mayor nivel de riesgo si en el último trimestre voy todavía perdiendo dinero? Mi único objetivo claro y definido es la conservación del capital, o dicho de otro modo, no perder.
Las proyecciones de ingresos en el futuro exigen y deben basarse en una actitud prudente. Sobre un excel todo es muy sencillo y, fácilmente, con modelos financieros, se pueden justificar cotizaciones desorbitadas para el buen juicio.
La prudencia lleva a que la principal preocupación del inversor sean las propias empresas, sus balances, sus resultados, sus ventajas competitivas, y a que nos alejemos como alma que lleva el diablo de todas aquellas variables macro que no podemos ni controlar ni predecir.
Invertir es siempre una apuesta, pues nunca estaremos exentos de riesgos, pero la prudencia y la inversión value llevan a asumir únicamente riesgos controlados, a los que se pueda razonablemente dar respuesta.